Breve historia de los que ya no están by Kevin Brockmeier

Breve historia de los que ya no están by Kevin Brockmeier

autor:Kevin Brockmeier
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
publicado: 2005-12-31T23:00:00+00:00


Anotación 75. 5 de marzo. Ahora sólo quedan dos. Meatyard y Weisz, eso es todo. Esta mañana, P. y yo los ayudamos a enterrar a Tumer detrás de la estación. Trabajo difícil. Cavamos poco más de medio metro y después volvimos a apilar el hielo encima del cuerpo. Para terminar, tuvimos que compactar toda la masa en una especie de montículo. No queríamos que el viento la arrastrara. Les hice ver que lo que hay allí es banquisa y que debajo de las tumbas no hay tierra sólida, sino el océano. A lo cual Weisz respondió: «A estas alturas no me parece que eso importe demasiado, ¿no crees?» Tiene razón. Dentro de un siglo, cuando los glaciares se hayan fundido, habrá una larga fila de esqueletos descoloridos reposando en el fondo del océano, ¿y quién lo sabrá? O si de algún modo el clima se arregla y el hielo se mantiene firme, habrá dieciocho cadáveres congelados, totalmente vestidos y bien conservados. Dieciocho de momento, debería añadir. Y tampoco le importará nada a nadie, porque nadie lo sabrá nunca. La semana pasada, P. y yo pasamos veinte horas tratando de establecer contacto con la Coca-Cola, o con cualquiera. Fracaso, fracaso, fracaso. Los periódicos han dejado de publicar en la red. Sólo quedan señales de radio dispersas. Las líneas telefónicas están muertas o han sido desviadas a buzones de voz. Todos los indicios apuntan a que el virus está haciendo estragos a escala mundial. Hay una palabra. ¿Cuál es? No es epidemia, sino... No la recuerdo. Ojalá yo fuera un diccionario. O una enciclopedia. O mejor aún, ojalá fuera una cámara, una de esas nuevas que se ven flotando y revoloteando cuando hay accidentes de tráfico. ¿De qué otro modo voy a averiguar lo que está sucediendo? He pasado la tarde discutiendo con Puckett sobre qué hacer: si quedarnos o marchamos, y si deberíamos prepararnos o no para los efectos del virus. De momento, no presentamos síntomas. «Pero no durará mucho tiempo —dijo Puckett— Somos hombres muertos desde que llamamos a esa puerta.» Yo: «No puedes estar seguro. Quizá no estemos infectados. O quizá seamos inmunes. ¡Por Dios santo, tiene que haber alguien que sea inmune!» Puckett dice que soy un ingenuo. Y lo mismo piensan Meatyard y Weisz. Uno de los artículos que bajamos de la red sugería que el virus podía difundirse por el solo contacto humano, o incluso por contacto indirecto en un ambiente compartido. El viejo consejo de taparse la boca y no tocar los picaportes. Pandemia. Ésa era la palabra que quería recordar. Al parecer hay un aparato de radio para situaciones de urgencia, en la colonia de cría de los pingüinos, del otro lado de la isla de Ross. «En la loma», como dice Meatyard. Es un artefacto pequeño, pero potente, al parecer. Asegura que hay una remota probabilidad (pero probabilidad al fin y al cabo) de que nos resulte más útil que la radio de la estación. Dice que quizá encontremos una frecuencia diferente en los canales de recepción.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.